Ramón Rocha Monroy
- Gran Mallku, el mar frente a la costa se está llenando de barcos.
A su llegada, Puriskiri lo llevó entre los árboles, hasta el mismo borde desde donde se veía un mar luminoso y plateado de medio día. En la distancia, un enorme barco negro se acercaba seguido de muchas embarcaciones.
- Es la flota enemiga, dijo Ruphay Qhapak, que va a invadir nuestras costas. La guerra ha comenzado.
No deberemos movernos hasta tener el aviso, pero vayan preparando todo. Los Laqha Winkuchis deberán estar listos para atacar en cuanto reciban la orden. La idea es destruir los dos campamentos de la playa cuando los barcos enemigos hayan partido hacia el norte, apoderándonos de sus animales que nos ayudarán en el transporte y evitar cualquier fuga que pueda dar la alarma en las minas de Changolla.
Laqhaman Yaykuy, uno de los Maestros Laqha Winkuchis, se acercó a Ruphay Qhapak y le dijo:
- Los hemos observado constantemente. Son dos pequeños grupos, cada uno con treinta y cinco guerreros. Actúan muy descuidadamente. Tienen grandes corrales y depósitos. Han estado recibiendo diariamente grupos de llameros con recuas hasta de cuarenta llamas. No mantienen guardia y se dedican a patrullar el mar en cuatro veleros de totora que salen al amanecer y permanecen todo el día en el mar. En la noche, se reunen en los dos campamentos, amarrando sus barcos en una pequeña caleta.
Eliminarlos por la noche va a ser sencillo. El objetivo es matarlos a todos y capturar sus barcos y animales. Atacaremos cuando la flota enemiga haya partido.
Para Ruphay Qhapak esta conversación fue muy inquietante, ya que debería dar, por primera vez en su vida, una orden que decretaría la muerte de seres humanos. No tenía la posibilidad de tomar y cuidar prisioneros. El único camino era la aniquilación.
Los Laqha Winkuchis eran guerreros entrenados para matar en silencio. Su arte, muy antiguo, sólo se había usado en la Nación como un deporte de habilidad. Su filosofía estaba destinada a disfrazarse de la noche y del silencio para matar y todo su entrenamiento cumplía este fin.
La guerra, pensó, nos deforma. Recordando las palabras del herrero Umalu que le aconsejó no perder su humanidad ni su capacidad de piedad, sintió que se estaba convirtiendo en un asesino y que la piedad no tendría lugar en sus decisiones, ya que un solo sobreviviente que escapara o uno de los veleros de totora que se hiciera a la mar, podía echar por tierra todo el plan de ataque por sorpresa, en el cual basaban sus posibilidades de éxito.
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Extracto del capítulo 40, Novela Janaq Pacha, Gonzalo Cortés
Si quieres leer el capítulo completo escribenos a contacto@janaqpacha.com.